La higiene, como promotor de la salud, vuelve a ser una cuestión vital. Desinfectar y lavar todo aquello que haya estado en contacto con el exterior es algo en lo que no afanamos al máximo desde que hace más de un año y medio volvimos a sentir el peligro de «los invisibles», ya sean virus o bacterias.
Desde entonces hemos tenido cuidad y hemos procurado lavarlo todo. Desde la fruta a las manos. Hubo un momento que incluso en algunas casas se puso un ‘pediluvio’ de agua con lejía para limpiar la suela de los zapatos antes de entrar.
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Y ya sea a base de detergentes, alcoholes o lejía, las medidas puestas en marcha estaban enfocadas a evitar que el coronavirus entrase en nuestros hogares.
Pero el SARS-CoV-2 no ers el único enemigo «invisible». Y la ropa también entra en la categoría de objetos donde ése y cualquier otro virus o bacteria deben ser destruidos.
Seguramente no hace falta decirlo, pero como es muy importante para evitar la posible dispersión de los virus en la casa, y nunca está de más insistir:
– Quienes trabajan de ‘uniforme’ no deben utilizarlo en el entorno doméstico.– Es muy buena idea cambiarse de ropa al entrar en el hogar.– Es altamente recomendable darse una ducha al volver a casa. Además del imprescindible lavado de manos… y de cara.– También es muy buena idea, y es bueno recordarlo aunque ahora ya estamos relajados y no lo hace casi nadie, dejar los zapatos en la puerta (mejor por fuera) como se hacía en la época de nuestras abuelas ( o bisabuelas) o montar algún sistema para limpiarles la suela.– Y una de las cuestiones más importantes es la lavadora.
En nuestra mente colectiva previa al brote, la idea general era lavar la ropa para quitar manchas u olores desagradables. Pero en tiempos de pandemias su utilidad higiénica es manifiesta. Si el jabón desinfecta las manos, está claro que su uso en la ropa también la desinfectaría.
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Hay otra tarea, igualmente difusa en la población y relacionada con nuestra vestimenta que, a priori, no muchos entendemos: planchar la ropa.
¿Qué sentido tiene quitar las arrugas? ¿Por qué una camiseta, un vestido o un traje, sin estar bien estirado, no nos luce igual? ¿Es posible que, en su origen, se planchara más bien para desinfectar la ropa?
Es muy complicado saber cuándo se empezó a planchar.
En algunas ruinas del Antiguo Egipto se han encontrado faldas plegadas por presión y hay indicios de que, en China, alrededor del año 0 de nuestra era, planchaban la ropa con un instrumento parecido a una sartén.
Y si su origen es incierto, saber sus causas es aún más complicado.
Las diferentes técnicas utilizadas pueden indicar diferentes finalidades.
Pero alrededor del siglo XV, en el limbo entre el Medievo y la edad Moderna europea, apareció la plancha con la característica forma que hoy día aún se mantiene: de hierro y con un pico.
Diseñada para abrirse paso por el entramado del tejido y llegar hasta las costuras, la plancha se calentaba a altas temperaturas antes de ser utilizada. Esta utilización se encargaría de eliminar gran parte de los microorganismos, al inactivarlos por el calor, por lo que su utilización higiénica sería plausible, ¿pero por qué utilizarlo cuando con el lavado de agua y jabón, más fácil, también se eliminarían?
Un capitán del ejército inglés, presente en la Guerra de Crimea transcurrida entre los años 1853 y 1856, dejó una crónica al respecto que nos podría guiar hasta la respuesta:
«(…) los hombres se encontraban seriamente infestados con parásitos y, como el agua escaseaba, vi a hombres planchar su ropa haciendo rodar una bala de cañón de 32 libras sobre las prendas colocadas en una piedra plana».
Los parásitos a los que se refería son los piojos del cuerpo (Pediculus humanus humanus), unos familiares muy cercanos de los piojos de la cabeza causantes de molestas picaduras. A pesar de ello, la incomodidad no era el motivo que los impulsaba a intentar eliminarlos con tanta avidez e ingenio.
Planchar su ropa con las balas de cañón pretendía no ya acabar con los piojos, sino con las enfermedades mortales que trae consigo: tifus, fiebre recurrente y fiebre de las trincheras.
El tifus epidémico, diferente del tifus murino, es provocado por la bacteria Ricketsia prowazekii y parece que entró en Europa con las cruzadas que volvían de Oriente Medio. Así, en el siglo XV, se produjo la primera epidemia documentada de tifus, que precisamente ocurrió en territorio de la actual España: el asedio de Granada en 1489.
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Desde entonces ha sido un adversario más a combatir en las guerras europeas, en muchos casos produciendo más muertes que la propia lucha.
Las otras dos infecciones, a pesar de no contar con un nombre tan infausto, supusieron también grandes pérdidas humanas:
– La fiebre de las trincheras es causada por la bacteria Bartonella quintana y se ha detectado su presencia en restos humanos de hace 4000 años, siendo la enfermedad transmitida por parásitos más antigua de la que se tiene constancia. A pesar de ello no fue descrita hasta la Primera Guerra Mundial, evento del que adquirió su nombre: afectó a todos los frentes y, sólo en el ejército francés, 800.000 soldados cayeron enfermos.
– También en la Gran Guerra dejó su impronta la fiebre recurrente, afectando más en Europa del Este. Y en Serbia, por entonces un país de 3 millones de habitantes, 100.000 personas murieron por la enfermedad. Esta bacteria, Borrelia recurrentis, dejó en toda la región cifras aún más aterradoras, y se calcula que provocó unos 5 millones de muertos en toda Europa del Este.
Las tres enfermedades, siguiendo el rastro de miseria donde tan bien prolifera el piojo, causaron millones de muertos en Europa, allá donde hubiera guerra o hambre.
Estuvieron presentes en las Islas Británicas desde el siglo XVII al XIX, golpeando con fiereza en la gran hambruna de Irlanda. Las tropas Napoleónicas también las sufrieron, y se maneja la cifra de 219.000 muertos por tifus sólo en la campaña de Alemania en 1813.
La Rusia Bolchevique también declaró la guerra al piojo al acabar su revolución. El país se veía sumido en una gran pobreza y ansiaba la reconstrucción, por lo que no podía permitirse las muertes del gran brote de tifus y fiebres que había en su territorio. La política de Lenin fue tan clara como su mensaje: “o el socialismo derrota al piojo, o el piojo derrotará al socialismo”.
El objetivo era incuestionable: había que eliminar a los piojos. Pero el modus operandi era más intrincado de lo que podríamos pensar.
Los insecticidas como el DDT empezaron a utilizarse durante la Segunda Guerra Mundial. Este conflicto de trincheras kilométricas, hambre y campos de concentración hubiera sido el caldo de cultivo perfecto para que las tres enfermedades se llevaran millones de vidas.
En ciertos campos de concentración el tifus golpeó duramente, acabando con la vida de miles de personas, entre ellas Anna Frank. Sin embargo su aparición se redujo enormemente gracias uso de insecticidas. Piojos, pulgas y garrapatas sucumbían a la guerra química, que evitó muchísimas muertes.
Pero el descubrimiento de Herman Müller de produjo en 1939 y, hasta entonces, debieron utilizarse otras técnicas para controlarlos. Y planchar la ropa pudo ser una de las formas.
Era conocido que las altas temperaturas acababan con las liendres en la ropa. En la mayoría de ocasiones el problema se solucionaba metiéndola en agua hirviendo. Pero durante las guerras o migraciones, muchas veces sin agua o tiempo para lavar y tender, planchar su única vestimenta supondría la única opción para eliminar los piojos.
Un gran ejemplo del uso de este procedimiento lo encontramos en un artículo del Dr. Gerardo Clavero, Director del Instituto Nacional de Sanidad, que escribió en 1943:
«Por iniciativa nuestra y del Dr. Nájera, en el Centro de Higiene de Vallecas se constituyeron en la primavera de 1942 equipos integrados por una instructora sanitaria y dos ayudantes femeninos, los cuales visitaron las domicilios parasitados, en los que se realizó la desinsectación de las ropas utilizando planchas eléctricas donde era posible (…) El procedimiento dio sus mejores resultados una vez puesto en marcha.»
En España los piojos –y el tifus – también hicieron acto de presencia pocos años después de la Guerra Civil. Los insecticidas, aunque ya habían sido inventados, no podían ser aplicados en todos y cada uno de los hogares, por lo que se fomentó el planchar la ropa.
No sería de extrañar que en tiempos más lejanos la plancha se usara con la misma finalidad. Los soldados traerían consigo una imagen de terror asociada a los piojos tras haber pasado por hacinamiento y enfermedades. Al llegar a sus hogares plancharían la ropa a fin de evitar que los piojos, portadores de plagas mortales, anidaran en sus prendas.
Así, con el uso continuado, se grabaría en la mente colectiva la idea de que la ropa planchada era más higiénica y, por tanto, mejor vista. La finalidad estética superaría a la higiénica, pero la costumbre se mantendría intacta en el tiempo.
Aunque suene a tiempos remotos, ni los piojos ni ninguna de las tres enfermedades han sido erradicados. En países en vías de desarrollo el piojo se ceba en cárceles, campos de refugiados y zonas rurales.
Pero los países desarrollados tampoco se salvan. Las personas indigentes, sin techo para dormir y con problemas para mantener una correcta higiene, son aún un objeto de infección. Tal es el nivel que se conoce a la pediculosis del cuerpo como «enfermedad del vagabundo». Desde los años 90 se vienen registrando casos en países como Francia o Estados Unidos. Y tanto ahora como hace 400 años, al piojo le acompañan sus tres enfermedades mortales.
Cuesta creer que todavía hoy haya muertes tan fácilmente evitables. Con polvos insecticidas o lavando bien la ropa en agua caliente, la vida del piojo terminaría. Pero aun así el problema no está solucionado. Los insecticidas empiezan a perder eficacia debido a las resistencias aparecidas en las poblaciones de piojos.
Y la sequía en muchas zonas del planeta, o la situación de los campos de refugiados hace que no haya un fácil acceso al agua. Situaciones que, por desgracia, suelen estar acompañadas de escasez de medicamentos.
Pero si hay corriente eléctrica o si es posible hacer una hoguera, el problema se puede controlar. Una simple plancha de hierro, fácil de calentar allí donde haya fuego, sería una solución efectiva para controlar la difusión de los piojos y disminuir la carga bacteriana presente en la ropa.
La plancha, alcanzando temperaturas entre 180 y 220°C, es una potente arma de esterilización.
E igual que se pueden controlar los parásitos y las bacterias, se pueden controlar los virus. El SARS-Cov-2 sería incapaz de soportar temperaturas tan extremas. De manera normal, el virus puede aguantar un día entero en la ropa. Es más, llega a resistir varios días en superficies como botones o cremalleras.
Pero sus proteínas a 70°C se desnaturalizan en 5 minutos. Bajo los 220°C de una plancha de vapor actual, el virus se inactivaría en una fracción de segundo.
De cara a la reapertura de negocios la plancha está teniendo ya una gran importancia. Un vaporizador a alta temperatura podría usarse en cortinas, en la tapicería de los muebles, colchas de habitaciones de hotel o en manteles de restaurantes. Son sitios que, si han entrado en contacto con un infectado, podrían tener carga viral. Desinfectar ciertos tejidos es vital para que la reapertura de esos negocios no suponga un aumento de contagios.
Pero especialmente es útil en las tiendas de textil: La ropa se coge con la mano y se vuelve a dejar, se prueba, se mueve, se airea. Tras pasar por probadores, toda la ropa se deberá desinfectar antes de volver a ser expuesta, asegurándose de que el calor llegue a toda la superficie (por dentro y por fuera). Un proceso relativamente rápido y sin gran dificultad.
La forma y aplicación de la plancha son muy diferentes a como eran hace siglos, pero su propósito sería el mismo. Planchar, una tarea aburrida y para muchos sin sentido, podría seguir salvando vidas durante esta pandemia.
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